Había una vez, una tortuga pequeña llamada Pepita, que siempre vivía apegada de su madre y que jamás le gustó estar separada de ella, iban para todos lados juntas, como una verdadera madre e hija.
Esta pequeña tortuguita fue creciendo poco a poco y pasando el tiempo se fue convirtiendo en una joven tortuga, es decir, ya no era esa pequeña tortuga que siempre dependía de su madre.
Un día, Pepita fue donde donde ella y le dijo que quería ir a recorrer los diferentes lugares cercanos de su casa, para así poder conocer el parque, la playa y muchos lugares maravillosos que podría gustarle, pero como Pepita era una tortuguita muy lenta, le pidió a su madre que le comprara una moto para así hacer sus viajes mucho más rápido. Su madre indignada le dijo: “Pepita ni muerta te compro una moto, pues, son muy peligrosas y no están hechas para nosotras las tortugas”. Pepita indignada salió a caminar cerca de su casa, cuando de pronto encontró botada una sucia y vieja moto que nadie estaba ocupando. Como no era de nadie, tomo la vieja moto, la limpio y comenzó a viajar por los diferentes lugares que ella quería conocer, fue a la playa, a una montaña y conoció el parque.
Todas las mañanas solía hacer los mismos viajes, a escondidas de su madre. Cuando de repente una mañana, Pepita iba viajando y tuvo muchos problemas, porque no podía controlar la motocicleta por ir muy rápido y en un momento se cayó y se lastimo su patita.
Pepita con lágrimas en sus ojos y con su patita muy dolorida logro llegar a su casa y le pidió ayuda a su madre para poder sanarla y también le pidió disculpas por desobedecer las órdenes de ella y por salir sin su permiso.
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